El enigma Yrigoyen: política, instituciones y conflicto social

Por Tulio Halperin Donghi – Historiador

Lo que quisiera conversar hoy con ustedes tiene que ver con un proyecto que estoy tratando de llevar a cabo, y que es una suerte de antología de escritos políticos argentinos. La colección se titula, me parece que demasiado ambiciosamente, «Biblioteca del Pensamiento Argentino». A mí me toca el período que va desde la Ley Sáenz Peña hasta 1943-1945 y dentro de ese período, naturalmente, hay una figura central, una figura de una importancia enorme por el impacto que su presencia tuvo en el curso de la historia argentina. Me refiero naturalmente a Hipólito Yrigoyen.

Hipólito Yrigoyen fue siempre una figura muy problemática, muy difícil de interpretar y que hizo sospechar a muchos que lo que ellos creían acerca de la Argentina, acerca de las tradiciones políticas argentinas, acerca de las tendencias políticas argentinas, simplemente estaba equivocado y que había, en el desarrollo de la política argentina, y, más aún, de la vida argentina, algo de misterioso que de pronto se revelaba en la presencia central de una figura tan extravagante, es decir, tan alejada de las pautas que se esperaban de un dirigente político. Una figura que en medio de ese carácter atípico, sin embargo, mostraba un dominio del campo político incomparablemente más eficaz que el de cualquiera de sus rivales. Esto es lo que quisiera discutir hoy como «El enigma Yrigoyen».

Para entender por qué Yrigoyen aparecía como tan enigmático es necesario volver un poco más atrás y recordar de qué manera había sido prevista, no diría planeada, la transición hacia la democracia que significaba la implantación de la Ley Sáenz Peña. En el momento en que se produce esa transición había en el fondo una considerable vaguedad, una considerable imprecisión en torno a cuáles iban a ser los efectos de esa ley; si esa ley iba efectivamente a eliminar el predominio de los partidos que existían hasta ese momento, que, como todos estaban de acuerdo, no eran partidos, ya que habían perdido toda coherencia; o si, por el contrario, esos no-partidos que, sin embargo, habían tenido un dominio muy grande del estado y de los mecanismos de representación política, estaban demasiado arraigados en la máquina del estado, en la máquina electoral, para que su predominio fuera amenazado por la transición. En lo que no había demasiada discusión era en cuál era la alternativa que iba o no a reemplazarlo. Esa alternativa era lo que se llamaba «los partidos nuevos». En los debates parlamentarios todos hablaban de los partidos nuevos. ¿Cuáles eran esos partidos nuevos? En términos muy generales, se los caracterizaba como partidos de ideas, que quería decir que eran partidos programáticos, partidos que se organizaban en torno a un cierto programa de cambio y que se prometían implantarlo en el caso de tener éxito. Esos partidos nuevos a veces se mencionaban por su nombre, eran el Partido Socialista, la Liga del Sur y la Unión Cívica Radical; pero cuando se ve cuál era el perfil que se atribuía a esos partidos nuevos se advierte que el único partido que es realmente un partido nuevo según esta concepción es el Partido Socialista. De todas maneras, la mirada es tan panorámica que se cree que, de alguna manera, los otros partidos, con las condiciones en las cuales se desarrolla una democracia de sufragio universal, si no son ya partidos programáticos, van a tener que serlo. En esto se encuentra a veces, en esas discusiones, uno de los argumentos para confiar en que la transición democrática no traerá consigo una transferencia de poder de los partidos ya existentes a los partidos nuevos, porque los partidos nuevos necesariamente van a organizarse en torno a programas de cambio social relativamente significativo y radical y la Argentina es, desde ese punto de vista, un país esencialmente conservador. Esos programas, lejos de atraer el favor del electorado, lo van a ahuyentar. Por lo menos no van a conseguir apoyo suficiente para obtener mayorías electorales para ninguno de los partidos nuevos.

Nos encontramos aquí, desde luego, con una serie de anticipos que preparan para una decepción muy fuerte porque, efectivamente, el más importante de los partidos nuevos no es un partido nuevo. La Unión Cívica Radical, en el fondo, es el único partido que sigue siendo auténticamente un partido, aunque pequeño, en el marco de los partidos tradicionales. Es decir, es un partido que no es nuevo en ese momento ­data de 1892­ pero es más nuevo, por ejemplo, que el Partido Autonomista de los «pellegrinistas»; es menos nuevo, es más viejo. Además, es un partido cuya dirigencia tiene un pasado, que es el pasado de la vieja política. De tal manera que aquí hay ya un espacio para la decepción, pero la decepción que va a venir es mucho más seria que ésta, es una decepción que surge del éxito que Hipólito Yrigoyen obtiene en el marco de las nuevas normas electorales. Aquí creo que, en parte, es una decepción que viene de la visión no basada en ninguna experiencia de lo que significa el paso a una democracia de sufragio universal. Por ejemplo, Lisandro de la Torre estaba convencido de que las máquinas electorales que controlaban las situaciones provinciales no se estaban preparando como correspondía para esa metamorfosis porque no estaban aceptando un programa de reformas que las transformara en partido de ideas. Había un elemento que De la Torre no consideraba, y que parece, sin embargo, bastante obvio, y es que esa transformación de los mecanismos electorales obligaba a una cosa mucho más pedestre pero imprescindible que era transformar máquinas políticas destinadas a movilizar a un grupo muy pequeño en situaciones no competitivas en máquinas políticas capaces de disputar la mayoría del electorado con sus rivales. Lo más curioso de esta ceguera de De la Torre es que mientras él ignora esa necesidad cuando presenta un programa de transformación nacional, la advierte perfectamente cuando funciona políticamente en la provincia de Santa Fe. La Liga del Sur adopta una organización que es una organización calcada de la Unión Cívica Radical de la que proviene De la Torre, es decir, una organización que crea comités permanentes, prácticamente en todos los pueblos donde esperan poder contar con algún apoyo. De tal manera que hay aquí un elemento para la sorpresa, por el éxito de Yrigoyen, que viene de algo muy sencillo, y es que Yrigoyen sabe perfectamente, y desde el primer día, que hay que hacer eso. De tal manera que él ve la transición como una transición que se da en la creación de un partido cuya organización le permite acceder al nuevo electorado del sufragio universal. Aquí nos encontramos con algo que creo que tiene mucho que ver con el éxito político de Yrigoyen, y que va a hacer ese éxito tan irritante, su enorme capacidad organizativa.

En 1893 Yrigoyen lanza al radicalismo provincial a la revolución y esa revolución son ochenta y cinco revoluciones que estallan simultáneamente en ochenta y cinco cabezas de partido. Todo esto él lo ha logrado en un partido que se ha formado en 1892. De tal manera que encontramos aquí a un organizador formidable. ¿Cuáles eran sus métodos de organización? Eran métodos anteriores a los de un moderno partido de masas pero métodos que iban a sobrevivir luego en otras experiencias democráticas. A este respecto, una anécdota me parece muy relevante. Rómulo Bentancour, el creador de Acción Democrática de Venezuela, que se reprochaba haber inventado a Carlos Andrés Pérez, decía que hacer elegir presidente a este último le había costado tomar un café con cada uno de los votantes de Venezuela. Es decir, en medio del nuevo sistema de propaganda por televisión y demás, había ciertos métodos organizativos que hacían política de masas con procedimientos anteriores a la política de masas y ése era, evidentemente, el mecanismo tan exitoso que Yrigoyen había puesto en movimiento. De tal manera que hay un elemento que explica la irritación frente a Yrigoyen y es simplemente el éxito. En el fondo, la Ley Sáenz Peña atribuye un tercio a la oposición porque nadie creía que en una representación proporcional el radicalismo iba a conseguir un tercio de los votos, de tal manera que es ese éxito el que prepara ya a los adversarios políticos de Yrigoyen para contemplar su gestión de un modo poco caritativo.

Pero hay otras transformaciones que Yrigoyen trae consigo y que hacen que a esa irritación se acompañe la perplejidad. Desde muy pronto Yrigoyen, efectivamente, comienza a ser visto como una figura enigmática. No se sabe, por ejemplo, si es tonto. A veces lo parece pero cuando se ve en su funcionamiento político se advierte que, en este caso, la tontería es un elemento muy eficaz de éxito. Por otra parte, no se sabe si cree en lo que dice. Muchos de sus adversarios caritativamente dicen que, obviamente, no puede creer porque es un galimatías sin sentido o si, por el contrario, es un manipulador de sus crédulos seguidores que son admiradores de la poesía de Almafuerte y que entonces están listos para admirar el equivalente en prosa de la poesía de Almafuerte.

Ahora bien, Yrigoyen es entonces, desde muy pronto, desde 1916, un enigma pero un problema, una figura irritante para todos sus rivales de la derecha, sus rivales conservadores, pero también sus rivales de la izquierda. Los socialistas sólo se consolaban pensando que en el fondo la formación de una democracia es un proceso educativo y que es necesariamente un proceso lento; que efectivamente lo que estaba ocurriendo eran los primeros errores en un camino que gradualmente iba a llevar a opciones más razonables. De todas maneras, tampoco ellos podían entender demasiado bien por qué Yrigoyen lograba despertar esas adhesiones que, efectivamente, despertaba. Si esto era un enigma, un problema, un factor irritante, tardó bastante tiempo en transformarse en el problema central de la política argentina. Por el contrario, la primera presidencia de Yrigoyen fue considerada por sus enemigos una presidencia muy poco brillante. Aquí hay un elemento que hay que tener en cuenta. Sólo gradualmente comenzó a urdirse la leyenda de la edad de oro administrativa que había sido la etapa conservadora. A partir de 1916 el reproche que aun sus adversarios conservadores le hacen a Yrigoyen es que el tránsito al sufragio universal no ha mejorado el nivel político característico de la vieja república oligárquica; un reproche que no carecía de fundamento pero que al mismo tiempo era bastante limitado. A Yrigoyen le reprochaban en el fondo que no fuera mejor que ellos y, por otra parte, ese reproche era un elemento relativamente marginal en la visión de los problemas que la Argentina enfrentaba porque inmediatamente después de la elección de Yrigoyen, a partir de 1917, comienza un período de movilización social muy considerable que, en realidad, dura hasta 1921 y tiene, por una parte, sus causas, si ustedes quieren ser, digamos, marxistas vulgares. Tiene que ver con el hecho de que luego de un período de muy intensa crisis de desocupación la economía comienza a florecer, a expandirse y requiere más fuerza de trabajo. Los trabajadores descubren que simplemente su posición negociadora es más fuerte por ese solo hecho y, además, hay un proceso inflacionario. De tal manera que ellos tienen motivos para entrar en conflictos y tienen también la sensación de que ahora es menos contraproducente de lo que ha sido en la etapa anterior. Al mismo tiempo, como ustedes saben, hay una inspiración ideológica que viene, en parte, de las esperanzas que las potencias aliadas se dedican a fomentar sobre el cambio social que va a venir luego de su victoria y, en parte, de la Revolución Rusa. Las dos influencias, curiosamente, no se distinguen demasiado en ese momento. Incluso a Ingenieros uno lo encuentra algunas veces diciendo las posiciones de Wilson y Lenin, es decir, Lenin es una especie de Wilson más malhumorado.

Todo eso crea una situación en la cual el problema central es el problema del conflicto social y lo que se les reprocha a los radicales es, a lo sumo, que no sean lo bastante militantes en defender la causa del orden establecido en el conflicto social. Es un reproche que tiene sus altibajos porque hay momentos en que los radicales, por cierto, son bastante militantes en esa defensa y otros momentos en que no. De tal manera que sólo cuando el conflicto social se aquieta a partir de 1921, y se aquieta en el fondo porque, por una parte, termina el breve auge de posguerra y, por otra, viene una estabilización de precios, la fuerza de trabajo se siente menos fuerte y tiene menos motivos para activar. Sólo entonces comienza a verse que de pronto hay otro problema, es decir, que la transición al sufragio universal no sólo es problemática porque tiene como consecuencia un estado que está menos «jugado» en el conflicto social, sino que es problemática en sí misma porque está cambiando los rasgos mismos de la vida política. Hay aquí entonces el comienzo de una doble reacción. Por una parte, una reacción a Yrigoyen y, por otra, una reacción que se hace cada vez más abierta, cada vez más decidida, a la democracia de sufragio universal.

Luego de esta introducción bastante larga llegamos finalmente a nuestro enigma, es decir, a Yrigoyen. ¿Por qué Yrigoyen era tan problemático? Porque, efectivamente, él introduce un estilo de interpelación política totalmente nuevo que, por otra parte, hace escuela. Al respecto, yo quisiera comenzar comparando un texto que es esa biografía oficiosa que en cada campaña presidencial presentaba el candidato. El predecesor de Yrigoyen en las elecciones, Roque Sáenz Peña, había tenido a su servicio un autor de primera fila. Este autor era Paul Groussac.

Paul Groussac escribió una muy curiosa presentación de Sáenz Peña que, en típico estilo Groussac, subraya todo lo que en Sáenz Peña lo hace merecedor de su sincero afecto, pero agrega que ese aspecto no le impide ver, naturalmente, las fallas del candidato. Señala que es un hombre más respetado por sus virtudes, por su entusiasmo, que por la agudeza de su inteligencia; que es un hombre, por otra parte, como dice en frase deliciosa, que no hay ley que él obedezca con más placer que la «ley del menor esfuerzo». Me parece que aquí vemos no sólo la presencia de una pluma incontenible (porque Groussac sin duda no se sentó a escribir pensando decir esas cosas) sino, además, la presencia de todo un sistema político muy curioso. Hay una frase de Montesquieu en donde él dice que la única igualdad verdadera existe en las aristocracias y entre los aristócratas. Yo creo que eso es lo que se refleja también en este texto de Groussac. Groussac es el igual de Sáenz Peña pero no sólo eso, escribe para un público de iguales con los cuales no se trata de ocultar nada, todos son tan partícipes de los secretos del príncipe como él. De tal manera que tratar de decirles que Sáenz Peña es un pensador agudo sería ofensivo. Por lo tanto, ese texto que resulta tan poco chocante, que es la pieza de resistencia en los dos volúmenes que la Unión Nacional publica luego, una vez elegido Sáenz Peña, bajo el título de Roque Sáenz Peña , es perfectamente adecuado a ese contexto.

Hay otro texto que presenta a Yrigoyen. Ese texto es de Horacio Oyhanarte y se llama El Hombre y, antes de la elección de Yrigoyen, alcanzó una sexta edición. Es un texto que cambia totalmente el modo de dirigirse al protagonista, de hablar del protagonista, y, al mismo tiempo, el modo de dirigirse al público:

[…] Pero vamos al encuentro del hombre, iremos a tomarlo donde lo ha colocado la historia como en un altar, en su Sinaí, entre los escombros humeantes del parque. En la mañana formidable el estampido de los cañones despertó a la urbe soñolienta. ¡Por fin!, dijo la ciudad bendiciendo la hora; ¡Por fin!, respiraron los pechos de las madres angustiadas y el sollozo de los niños (dormidos). ¡Por fin!, clamó el coraje y el odio y el extravío y la virtud. Era la lluvia sobre la tierra reseca y resquebrajada, era la providencia sumándose al mundo y señalando con su índice de misterio el camino de un nuevo calvario. Cada disparo tenía un eco en la conciencia colectiva […].

Ahora bien, lo más curioso de esto es que en esta presentación grandiosa del hombre, sólo al final se advierte que no se trata de Yrigoyen. Efectivamente, cuando dice «[…] él era la revolución, por eso estaba allí, por eso lo rodeaba la tragedia, por eso sus botas rotas se manchaban de sangre humana y sus barbas níveas alzaban como un relente el humo de la pólvora […]», el mero dato de que las barbas níveas nunca fueran parte de la figura de Yrigoyen permite descubrir que aquí ha estado hablando, no se sabe por qué, de Leandro N. Alem. Inmediatamente pasa a hablar de Yrigoyen:

[…] si fuéramos a definir en una fórmula al Dr. Hipólito Yrigoyen diríamos que es el máximum del talento dentro del máximo del equilibrio mental. Ya sabemos lo difícil, lo providencial que importa que se realice este dualismo, esta verdadera entelequia. Cuando ella aparece concretada en la frente de un hombre, ese hombre es un iluminado que lleva en sí el fuego que caldea y el freno que contiene. La vela hinchada del ideal y el timón que la orienta, es a la vez fuerza y serenidad, empuje y resistencia, terquedad gloriosa, empecinamiento magnífico, fuego y luz, lluvia y germen… […] el mayor talento corresponde a la vez al mayor desequilibrio mental. De ahí, sin duda, la teoría de la escuela positiva de que el genio y el talento sean una anormalidad. El genio y el talento suelen elevar tanto más en sus radicaciones cuanto más caen en las trivialidades; a la manera de esas montañas que más se elevan hacia el infinito cuanto mayor es el hachazo de sus abismos. Su estilo ­de pronto pasa sin advertencia a otro tema­, es como el trasunto de su propia individualidad, severa, sin afectaciones ni protocolo. Se lo reconoce en su envoltura intelectual como en su vestimenta civil, parco, sin una sola cosa más de la necesaria. Así es también en todas sus modalidades. Trabaja, sueña, piensa, vive, combate y guerrea por su patria a la cual le dedica sin limitaciones desde la preocupación más leve hasta el insomnio más mortificante. Mira allá lejos donde el horizonte se esfuma en interrogaciones […],

etcétera. No voy a infligirles mucho más porque es de una monotonía notable. De todas maneras, como ustedes ven aquí, esto es un texto que establece una relación totalmente diferente, en primer lugar entre Oyhanarte e Yrigoyen y, por otra parte, entre Oyhanarte y sus lectores. Aquí, el igualitarismo aristocrático ha desaparecido por completo. Por una parte, Oyhanarte se posterna ante Yrigoyen, pero, por la otra, se envuelve en algo del prestigio de Yrigoyen cuando se vuelve a los lectores. Esto es sólo un comienzo. Oyhanarte va a ser luego un político muy importante dentro de la administración radical y su estilo, en buena medida, anticipa lo que será el estilo de Yrigoyen. Este estilo, en mi opinión, ha alcanzado su punto más alto en un telegrama que Yrigoyen envía a Marcelo Torcuato de Alvear, que es su embajador en Francia en 1920, y que debe actuar como representante argentino en la Liga de las Naciones. Yrigoyen le da a Alvear instrucciones precisas. Estas instrucciones son que debe presentarse en la Asamblea de la Liga de las Naciones simplemente al efecto de decir que si la Liga de las Naciones no se abre a todas las naciones de la Tierra, la Argentina se rehúsa a integrarla. Alvear parece anonadado por esas instrucciones y escribe, en una prosa que uno no esperaría del Dr. Alvear, que todos conocimos como uno de los más sensatos de nuestros presidentes, el siguiente poema en prosa:

Sobre la ruta pensativo el maestro marchaba solo y la ruta aclaraba ante su gesto. A su alrededor, desplegando sus pasiones anárquicas, la multitud se agitaba creciendo en las alarmas de su noche de inconsciencia y sus discípulos ansiosos lo seguían y no comprendiendo y temiendo la tempestad, hablaban entre sí. Entonces, el que entre todos el maestro quería y creía más leal en su fe, más valiente también […] (Ginebra, 3 de diciembre de 1920).

Aquí nos encontramos con esas transiciones a las que la prosa radical va a tener que acostumbrarnos porque después de esa evocación casi de Cristo predicando en Galilea, pasa a fecharlo y dice: «¡Maestro, daos cuenta!, marchamos hacia el abismo. El mundo alrededor nuestro edifica la ciudad de bronce mientras nosotros vamos al desierto. Ya estamos solos, lejos de los pozos, lejos de los fuegos del vivaque. Entre nosotros mismos lo han dicho. ¡Maestro, daos cuenta!»

A esto sigue el telegrama de respuesta de Yrigoyen que es, evidentemente, un modelo mucho más complejo de prosa que Alvear ha logrado sólo imitar de una manera casi sobria:

Arrastrada por la eterna corriente de los destinos de la vida, flotando por el misterio insondable que la conduce, la balsa de la humanidad deriva hacia la aurora que día tras día despunta gloriosa en el corazón profundo del hombre. Tumulto, tumulto de la historia de los mundos de la ignorancia. Sobre la balsa nos peleamos por el oro de un reflejo que nadie jamás ha podido vivir y nos devoramos los unos a los otros y nos empujamos todos al abismo en la alucinación colectiva del espejismo cualquiera de la hora. Clamor, clamor de agonía de los mundos de lo efímero. Profesión íntima de mi espíritu fue siempre guardando silencio en la solitud, meditar el querer las cosas del océano.

¿Qué quiere decir esto? Probablemente lo sabría el Dr. Yrigoyen.

En la actitud hierática del elegido, portador de la canastilla de mimbre en donde el alma del fuego ancestral sobre su lecho de arcilla se despierta al devenir, durante treinta años seculares, en la angustia muchas veces pero siempre también en la certidumbre, he cobijado bajo el viento de demencia de los míos, la chispa argentina de las forjas de la epopeya; y sordo, sordo mis propias entrañas al alboroto de los que huyen en pánico o se rehúsan a la ofrenda mística de su ser, siempre he ignorado el gesto que renuncia y no he nunca vivido de mi propia vida sino las indomables rebeliones de mi (sub-subhumano) en humildad profunda frente a las cosas de lo absoluto, esperando que la razón inmanente esclareciera en nuestro juicio de pastores y de rebaños.

Ahora bien, lo curioso es que esto que parece una divagación, o trata del destino de la humanidad o no trata de nada. En realidad, cuando se la lee con mucho cuidado, se advierte que es un mensaje muy preciso al Dr. Alvear.

¿Cuál es la etapa que debemos emprender ahora? Reencarnado el querer redentor que desde el alba selló nuestra historia con el sello de eternidad de las razas liberatrices, es en vértigo de un mundo que se enloquece en un dédalo de violencias instintivas y se derrumba en un caos universal de rebeliones puramente impulsivas que no responden a ningún orden humano de previsión secular y no tienen otro fin colectivo que la satisfacción inmediata de necesidades torturantes; es cuando en los confines tenebrosos de la inconsciencia humana se va condensando formidablemente la tormenta apocalíptica de la guerra social ignominiosa en la violencia suicida de una civilización que sólo ha sabido complicar la vida sin resolver ninguno de sus problemas. Es en la hora universal supremamente histórica que es la nuestra, a nosotros argentinos, que ya que somos los únicos a vivir actualmente la fe creadora de nuestros abuelos, en voluntad de hermanas resurrecciones, les digo, irradiad sobre el mundo en afirmación del ideal viviente de nuestros padres, la gloria de nuestras reconquistas que son la estrella única de las reconquistas posibles del alma occidental.

Se advierte, en primer lugar, que Yrigoyen está convencido de que el radicalismo ha vuelto a las fuentes de la nacionalidad argentina y gracias a ese milagro se ha constituido en lo único que queda de salvable, que va camino de la redención, en todo el mundo occidental. Este optimismo, por otra parte, todavía se mantiene en un nivel muy general, una perspectiva de historia universal y de filosofía de la historia:

[…] pues vosotros, los que debéis aquí daros cuenta, cerrad los ojos, tapad los oídos; esto es, aislaos de la batahola de las cosas del momento en que todos, renunciando a las glorias del gesto noble, rodamos como despojos y perdemos la clara visión en lontananza del fin supremo de nuestros esfuerzos. Sumergiros en aguas profundas en donde ya no repercute la eterna tempestad de las ondas superficiales. ¿No sentís ascender una marea? ¿No sentís que en el corazón de la Nación abismos de abyección se despiertan a la luz y ya claman a los cielos su querer de redención? ¿No sentís en marcha el mismo devenir? En verdad, cosas han muerto que nunca más han de resucitar y cosas han resucitado que habrán de vivir eternas. Mañana, pasado mañana tal vez, pero algún día, fatalmente, en alguna vuelta del camino argentino los pueblos comprenderán. Pero tal vez haya usted un tanto olvidado de los tiempos en que vivimos juntos el espíritu puro de la acción y del sacrificio. Tal vez se ha ya un tanto enredado en las cosas que exigen ser resueltas y prestándose a ellas en una hora, tal vez. Pero no, no es posible. Sólo necesita usted sentirse menos solo. Quiero pues al amigo, hacer aquí el mayor de los sacrificios, apelar al juicio de otras de las verdades que son el alma de mi ser y la antorcha de mi vida. Oiga el eco si sus oídos son sordos al timbre de la voz. El pueblo argentino firma la seguridad de mis convicciones en demostraciones consecutivas y en las reiteradas renovaciones de la representación pública. Así como en el momento actual asistimos a una verdadera irradiación de sentimientos patrios que vibran entusiastas de un extremo a otro de la República en resonancia de júbilo tal que lamento que usted no se encuentre aquí para experimentarlas con nosotros a la vez que enterarse de los aplausos que recibimos de los pueblos de todos los ámbitos de la Tierra y de los juicios de hombres más caracterizados en las representaciones actuales del mundo, que diariamente nos llegan en la forma más expresiva y encomiástica.

Es decir, esto de nuevo parece bastante vago pero me parece que tiene una frase que no tiene nada de vago: «[…] el pueblo argentino afirma la seguridad de mis convicciones en demostraciones consecutivas y en las reiteradas renovaciones de la representación pública». Es decir, este larguísimo mensaje tiene un núcleo filosófico y un núcleo de promesa y amenaza. Es decir, «les quiero recordar que los radicales ganan elección tras elección y usted elige». Efectivamente, tanto en su nivel más alto, como en su nivel más pedestre, este telegrama de Yrigoyen tiene total éxito porque he aquí la prosa de Alvear:

París, 6 de enero de 1921. Maestro, creo en ti porque tus razones son profundas y para nosotros intangibles, porque tú vives la visión de la obra futura donde no somos en el crisol de la historia que hierve, más que metales en fusión, carbones y escoria. Cualquiera sea el camino, ciertamente seguiremos. Maestro, creo en ti. Alvear.

Es decir, Yrigoyen ha rehecho una relación que es, por una parte, una relación yo diría de casi Maestro Sen a discípulo, pero, por otra parte, es una relación totalmente autoritaria de patrón del barco a uno de sus seguidores, relación en la que trabaja con una habilidad extrema porque, efectivamente, ha convencido a Alvear de que es su discípulo dilecto, que por lo tanto podrá seguir siéndolo después de esta pequeña tentación pero, al mismo tiempo, que para seguir siéndolo tiene que seguir efectivamente siendo su discípulo. Se entiende muy bien por qué la clase política argentina podía ver este intercambio ­que por otra parte podía ver en los diarios­ con un cierto desconcierto, porque ningún otro movimiento político se organizaba a través de estas definiciones de la relación entre su único dirigente y sus seguidores.

Había otra razón en realidad para que Yrigoyen se transformara cada vez más en el problema, y era la razón que él daba. Es decir que era constantemente refrendado por éxitos electorales, situación que se hizo evidente a partir de 1926 cuando, de pronto, lo que se creía que era el techo del radicalismo irigoyenista, se advierte que era sólo el comienzo y que comienza otra marea electoral que terminará por arrasarlo todo y lo va a entronizar a Yrigoyen en 1928.

Esto transforma a Yrigoyen en el gran problema y aquí comienza a desarrollarse ­ya desde antes­ una literatura anti-yrigoyenista que no es menos notable que la literatura yrigoyenista. Hay quienes se transforman en especialistas en el tema, pero son muchos los aficionados al tema. Yrigoyen, hasta tal punto se transforma en la figura del escándalo, que nos llama la atención, por ejemplo, encontrar en la Historia de la Facultad de Medicina de Eliseo Cantón un discurso de más de una página donde él entra a considerar los problemas que se crea un país cuando su presidente, evidentemente, va camino de la demencia como el resultado tardío de una Sífilis mal curada en su juventud. Por otra parte, el presidente así atacado es llamado, rutinariamente, «El Tirano». Era un tirano de un tipo muy especial. Siempre se consideraba que, al fin y al cabo, las páginas en que el Dr. Cantón expresaba su opinión sobre el Dr. Yrigoyen habían sido impresas con fondos del Tesoro Nacional. Un tirano bastante permisivo. De todas maneras, esta literatura comienza por ser una literatura que toma a Yrigoyen por tema. En este sentido, uno de estos escritores inagotables sobre el tema es un político jujeño que comienza en la fila del radicalismo, Benjamín Villafañe, que publica en 1923 un libro titulado Yrigoyen, el último dictador , que es un ataque violento contra Yrigoyen, al que acusa de los peores crímenes, es decir, robo, asesinato, etc., con una imprecisión notable porque nunca menciona en qué consiste eso.

Lo curioso es que en la segunda mitad de la década, cuando Yrigoyen avanza así, irresistiblemente, hacia casi la totalidad del poder, ocurre una suerte de esbozada metamorfosis en el radicalismo y hasta cierto punto en Yrigoyen mismo. De pronto, el radicalismo comienza a mostrar algunos de los rasgos exteriores del famoso «partido de ideas». Toda la preparación de la victoria de Yrigoyen en 1928 se organiza en torno a un tema que es programático; es un tema muy bien elegido por Diego Luis Molinari y es el tema del petróleo, la defensa del petróleo nacional. No sólo eso, sino que la defensa nacional contenía ciertos principios en los que Yrigoyen había insistido, que eran que entre el radicalismo, que era una empresa de redención nacional, y sus opositores, que eran, en el mejor de los casos, representantes de intereses sectoriales y, en el peor y más frecuente, herederos de la pasada corrupción, no podía haber ninguna coincidencia programática. Es decir, podían existir pero eran irrelevantes. Había ahí un abismo político que no podía cruzarse. En cambio, lo que vemos en las discusiones en torno a la nacionalización del petróleo es que los representantes radicales van a abandonar su estilo habitual de conflicto. Así, no van a utilizar las reticencias de los socialistas, que dicen que no se oponen pero en el fondo se oponen a la nacionalización del petróleo, por la sencilla razón de que temen que eso sea la fuente de nuevos empleos que expandan la máquina radical ­en lo que quizás no se equivocan del todo­. Entonces, a pesar de que Repetto señala que él es partidario de la nacionalización en términos generales, se opone a esto, se opone a aquello, y, en suma, se opone a todo. La respuesta radical es que los gratifica enormemente que, salvo algunas pequeñas cuestiones de detalle, una figura tan experta como la del Dr. Repetto también los apoya.

Nos encontramos aquí, entonces, con una transformación muy curiosa que en cierta medida parece haber llegado también a Yrigoyen. Yrigoyen nunca había sido enormemente claro en sus tomas de posición y en su extrema vejez no parece haber ganado mucho en claridad, pero de todas maneras hay un trabajo de Arturo O’Connell sobre la misión D’Avernon. Él cuenta ahí que el embajador inglés le anticipó a lord D’Avernon que iba a oír de Yrigoyen unas expresiones de amor desaforado por Gran Bretaña tan extrañas que lord D’Avernon podría creer que, en el fondo, el Dr. Yrigoyen estaba esperando algún tipo de recompensa monetaria, pero que llegar a esa conclusión era peligrosísimo; que si intentaban sobornarlo Yrigoyen nunca se lo perdonaría y, aunque increíble, lo que el decía parecía ser totalmente sincero.

¿Cuáles son las razones que da Yrigoyen? Una es que ha entrado en una especie de obsesión antinorteamericana. La otra es muy curiosa y es que él quiere hacer algo por el gobierno laborista inglés porque al fin y al cabo el laborismo inglés es un partido que es el equivalente inglés de la Unión Cívica Radical. Ahora bien, ¿qué ha ocurrido aquí? Yo creo que en una lenta adaptación al clima de discusión política que se desarrolló en la década del veinte, Yrigoyen empezó a incluir elementos nuevos, elementos que venían de una cultura política diferente, en su visión de la política (y con esto me acerco a terminar, no se asusten ustedes), pero esa innovación era muy superficial. Entonces, me parece que lo más curioso de la extrañeza que causaba Yrigoyen era que, en el fondo, Yrigoyen representaba una versión extrema, casi una extrapolación de una visión de la política que era bastante vieja en la Argentina. Yo creo que las tentativas de mostrar que Yrigoyen era un heredero de la tradición rosista, me parecen totalmente carentes de fundamento. Pero había otra tradición más cercana en la que al fin y al cabo Yrigoyen se había formado. Yrigoyen había sido una figura de una relativa importancia en las filas del autonomismo porteño en una época en que, por cierto, todavía no había desarrollado sus preocupaciones por la pureza del sufragio que luego lo iban a caracterizar. Él era comisario de Balvanera y su tío, Leandro Alem, ganaba elecciones en Balvanera con una eficacia considerable. ¿Cuál era la cultura política en la cual ese tipo de dirigente de segunda fila se nutría en la Argentina? Era una cultura política que yo creo que estaba hecha de editoriales de diarios. ¿Y qué decían esos editoriales? Esos editoriales, en primer lugar, reflejaban un culto sin fisuras a una tradición democrática que llevaba adelante la identificación con la voluntad popular como la fuente de toda salud y constantemente presentaba como elemento positivo al pueblo. Es decir, «el pueblo terminará por limpiar estos establos de Augías», etc. Era una literatura muy notable teniendo en cuenta que el pueblo muy sensatamente no votaba. Las elecciones eran disputas entre máquinas electorales. Personalmente me ocupé de estudiar unos anuncios apocalípticos de José Hernández que anunciaban que finalmente el pueblo iba a barrer con las iniquidades mitristas. Llega el día de las elecciones y los mitristas ganan por la formidable movilización de seiscientos votos en toda la ciudad. Lo notable es que pasa eso y Hernández no está ni sorprendido ni afligido, es decir, vuelve a decir «ya vendrá el pueblo».

Ése es el núcleo del mensaje de Yrigoyen. Era una muy modesta visión de la política que era la que mantenía, dinamizaba, esas máquinas que en el fondo tenían esas ilusiones y las pequeñas ventajas quedaban. Una máquina electoral, por otra parte, bastante frugal. En ese sentido, yo creo que la visión más penetrante de Yrigoyen entre las de todos sus adversarios curiosamente es la del texto de Carlos Sánchez Viamonte, El último caudillo , en la cual hay una observación que me parece perfectamente válida; es decir que Yrigoyen era cronológicamente un hombre de la generación del 80, pero un hombre para el cual la generación del 80 no había existido. Es decir que él vivía espiritualmente en 1870 y que hasta casi el fin él había vivido con los valores, con la retórica, pero una retórica que era algo más que retórica, que era fe, porque Yrigoyen creía realmente ­como le decía a Alvear­ que cada victoria radical era un mojón en el camino hacia la redención.

Quisiera hacer una última consideración que es la siguiente: la reorientación de Yrigoyen hacia una misión más moderna, cercana a la visión de partido de ideas, lejos de favorecerlo lo perjudicó, porque de alguna manera en un contexto en el cual los choques de ideas ya se encarnaban en choques de grupos sociales, las ideas avanzadas que a comienzo de siglo eran consideradas un rasgo de elegancia política intelectual, comenzaban a ser ideas peligrosas. Entonces, cuando Yrigoyen cae no se le reprocha no haber hecho nada, no se le reprocha haber mantenido un discurso totalmente vacío y haber hecho política por la política misma; se le reprochan las ocho horas, se le reprochan accidentes de trabajo, se le reprocha esto y aquello. Yrigoyen finalmente ha aprendido cómo debe ser un político moderno y ese tipo de político moderno tampoco es lo que sus adversarios quieren. o

 

Versión desgrabada de la conferencia dictada por Halperin Donghi en la Universidad Nacional de Quilmes en octubre de 1997.