Yrigoyen y el movimiento obrero

El radicalismo y el movimiento popular (Edhasa) es un libro clave para entender una época más debatida que conocida. Y sobre todo para responder una pregunta clave: si la democracia comenzó con tanta solidez, ¿cómo pudo truncarse en 1930?”, a este y otros interrogantes responde, en entrevista, el historiador estadounidense Joel Horowitz, discípulo de Tulio Halperín Donghi en la Universidad de California donde se doctoró.

¿Cuáles fueron las herramientas teóricas y prácticas que utilizó el radicalismo para crear su estilo político, novedoso en toda América Latina?

Los radicales eran más pragmáticos que teóricos aunque sí tenían ideales, como el del nacionalismo o un determinado concepto de democracia y la construcción de que ellos la representaban. Lo novedoso fue lo que se denominó “obrerismo”: la táctica de incluir a la clase trabajadora en la sociedad usando los sindicatos como un puente a la clase obrera y también creando una imagen de Yrigoyen casi como un santo, que quería a todos los argentinos y al mismo tiempo era ascética.

¿Cómo construía la UCR poder popular más allá del otorgamiento de puestos de trabajo que “se usaban como herramienta política”?

A despecho de los mitos que sostienen lo contrario, la empleomanía y las sinecuras no comenzaron ni terminaron con los radicales. El otorgamiento de puestos de trabajo contribuía a abastecer de trabajadores el aparato electoral del radicalismo, pero es difícil atribuirle mucho más que eso. Tanto personalistas como antipersonalistas usaban el patronazgo, pero solamente los personalistas tenían popularidad, por qué: Yrigoyen contribuyó a producir una imagen de sí mismo como una figura solícita y casi santa. Su preocupación por la gente común era auténtica y la estrategia denominada “obrerismo” tuvo efectos concretos. Su mensaje era que el partido e Yrigoyen se preocupaban por las clases populares y también, suyo fue gran parte del mérito de haber establecido elecciones limpias en la Argentina.

¿Sobre qué pilares se conformaron los planes económicos de los gobiernos radicales, signados por la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la antesala de la crisis del 30?

Los radicales no tenían mucha suerte con la economía. Al mismo tiempo, no me parece que tuvieran ideas muy desarrolladas sobre lo que querían hacer con ella. Su idea era la de profundizar el modelo exportador que existía. Durante la segunda presidencia de Yrigoyen trataban de estrechar las relaciones con Inglaterra, al mismo tiempo que la economía estaba cambiando con la entrada de multinacionales, muchos de ellas estadounidenses. Su respuesta a la inflación de la Primera Guerra no fue sistemática sino una serie de tácticas para sobrevivir a la crisis.

Al referirse al ocaso de la UCR usted afirma que una de las razones fue que los radicales descuidaron la construcción de “burocracias eficientes”, algo que sí pudo lograr el peronismo, ¿a qué se debió esa situación?

Los radicales tenían un estilo muy personalista, especialmente durante la presidencia de Yrigoyen: él quería todo en sus propias manos. Por ejemplo, nunca quiso una relación formal con los sindicatos y ellos tenían que hablar con él o con alguno de sus seguidores más cercanos. El Departamento Nacional del Trabajo nunca tuvo los empleados necesarios. En su segunda presidencia, Yrigoyen no era el mismo que antes, estaba demasiado viejo para hacer todo por sí mismo; los problemas eran mayores. Y Perón quería una relación legal con los sindicatos, en parte para controlarlos y en parte para ayudarlos, entonces necesitaba una burocracia mucho más grande. Detrás de su personalismo, había un Estado bastante fuerte.

Si bien la relación de los radicales con el movimiento obrero fue un gran paso adelante porque “permitía a muchos trabajadores sentir que formaban parte de la sociedad”, durante el radicalismo tuvieron hechos como la Patagonia Rebelde y la Semana trágica. ¿Cómo se reconfiguró la relación entre la UCR y el movimiento obrero luego de estos acontecimientos?

La relación con el movimiento obrero seguía más o menos en la misma pista después de 1919 (el año de la Semana trágica) hasta mediados de 1921 cuando la presión política de las fuerzas más conservadoras sobre Yrigoyen era demasiada. Había una ola de huelgas, especialmente un paro en el puerto de Buenos Aires. Después, los radicales abandonaron el apoyo para las huelgas y comenzaron a buscar ayudar a sindicatos que usaban otras formas de conseguir mejoras para sus afiliados como la Unión Ferroviaria. Trataron de mostrar que todos los argentinos eran iguales, cosa muy importante y en algunos sentidos revolucionaria.

Usted escribe, “Perón siempre afirmó haber recogido las banderas de Yrigoyen que los radicales abandonaron. Aunque esta afirmación podría considerarse una muestra de retórica política vacía, hay bastante de cierto en ella”, ¿qué hay de cierto?

Muchas de las tácticas de Perón reflejaban las de los radicales quienes habían comprendido la importancia de la clase obrera y el papel posible de los sindicatos, como un puente hacia los trabajadores. La ayuda que se les prestara podía redundar en apoyo popular, y los vínculos con los sindicatos, legitimar esa popularidad. Perón llevó esas tácticas mucho más lejos que Yrigoyen. El escenario que se le presentaba era muy diferente, porque el país había cambiado. La industrialización estaba en una etapa más avanzada que en la década de 1920 y muchos más obreros podían votar. En su uso de la caridad personal y el intento de aparecer como una personalidad piadosa, Yrigoyen era un claro antecedente del papel que desempeñó Eva Perón por medio de su fundación. Además, el personalismo de Yrigoyen, su habilidad de crear una vinculación personal con un gran sector de la población, fue un modelo para Perón.

El estilo de Yrigoyen, que negaba legitimidad a la oposición, continuó o se profundizó durante los dos primeros gobiernos de Perón, ¿cómo puede caracterizarse esta forma de hacer política en la actualidad argentina y qué perjuicios conlleva para construir una verdadera democracia?

Creo que este estilo de Yrigoyen puede llamarse ahora el estilo argentino. Existía con mucha fuerza hasta por lo menos 1983. Y ahora vuelve otra vez. Hay bastante gente de ambos lados del mundo político que dice que a los otros les falta legitimidad. Es un estilo malísimo porque la democracia necesita partidos de oposición fuertes con verdaderas posibilidades de cambio. Si no existe, hay demasiada posibilidad de soberbia y corrupción y grandes grupos de la población se sienten excluidos de la sociedad.

Diario Clarín